
Del voluntarismo a la transformación estructural: claves para comprender el rezago de la reforma educativa en RD
15/6/2025 / Acento
Por Radhamés Mejía
VI. Conclusión
La historia reciente de la educación en la República Dominicana refleja una tensión persistente entre las grandes aspiraciones de transformación educativa y las limitaciones estructurales que impiden que esas aspiraciones se concreten. A pesar de haber contado con condiciones históricas excepcionales —como el respaldo financiero del 4 % del PIB, el consenso social expresado en el Pacto Nacional para la Reforma Educativa, y el acceso a un corpus creciente de conocimiento pedagógico y evidencia internacional— los avances han sido parciales, inestables y, en muchos casos, más simbólicos que sustantivos.
En este arículo he sostenido que una de las causas profundas de este estancamiento es la persistencia de una visión mágica del cambio educativo, basada en el voluntarismo político y en la ilusión de que decretos, pactos o programas aislados bastan para transformar un sistema complejo, históricamente desigual y culturalmente fragmentado. A ello se suma un desfase epistemológico entre los enfoques actuales de cambio educativo —que enfatizan la complejidad, el aprendizaje institucional, el liderazgo distribuido y la profesionalización docente— y las concepciones dominantes en la gestión de las políticas públicas educativas del país.
Las consecuencias de esta doble limitación han sido múltiples: discontinuidad de las reformas, políticas fragmentarias, desconfianza profesional, uso ineficiente de los recursos, y una profunda pérdida de sentido entre los actores educativos. En particular, se ha perpetuado una narrativa injusta y simplista que responsabiliza al docente de todos los fracasos del sistema, sin reconocer las condiciones institucionales, sociales y pedagógicas en las que ejerce su labor.
Superar esta visión requiere avanzar hacia una nueva racionalidad del cambio, centrada en el fortalecimiento de las capacidades institucionales, en la gobernanza participativa, en el uso sistemático de la evidencia, y, sobre todo, en la revalorización del magisterio como columna vertebral del sistema educativo. Se trata de sustituir la cultura del control y la culpabilización por una cultura de la confianza, el respeto profesional y la exigencia ética compartida.
Esto exige un nuevo contrato profesional entre el Estado y los maestros y maestras de la República Dominicana, que combine el reconocimiento de su protagonismo con la exigencia del cumplimiento riguroso de sus responsabilidades. Un contrato que descanse en la justicia profesional: exigir sin castigar, acompañar sin tutelar, confiar sin abdicar del deber público de garantizar el derecho a una educación de calidad.
La transformación educativa no será el resultado de un acto voluntarista ni de un nuevo ciclo de promesas. Será el fruto de un proceso colectivo, sostenido, éticamente orientado y profundamente humano, que convoque a todos los actores del sistema a construir, desde la diversidad y la corresponsabilidad, una educación pública más justa, pertinente y transformadora.